Me
he dado cuenta de que sus labios eran miel y sus ojos sabían a
canela ¿que como lo se? Porque he escuchado el susurro de sus ojos y
probado cada penetrante mirada que me dirigía, no eran miradas de
odio, eran miradas de seguridad.
Cada
vez me gustaba mas analizarla.
Desde
ese pelo alborotado que le caía a capas sobre los hombros, pasando
por esos ojos color chocolate que escondían un secreto que ni el
mejor enigmatista podía resolver y su sonrisa llena de hoyuelos
hasta
su piernas perfectamente alineadas y sus pies finos y frágiles con
los que podía escuchar como la arena de la playa se estremecía
cuando solo cuando ella pisaba.
Desde
pequeño siempre pude tener la oportunidad de oír, ver, sentir, oler
y degustar lo que nadie podía oír, ver, sentir, oler y degustar.
La
gente pensaba que se trataba de una enfermedad. Podía usar este don
de mil formas, porque realmente podía oler el miedo, probar
palabras, ver sensaciones, escuchar el silencio...
Viví
marginado durante toda mi vida, hasta que escuche a la envidia,
gritaba desesperadamente.
Me
estaba volviendo loco, corrí a lo largo de la calle, casi me estalla
la cabeza, me tape los odio, quería que parasen, entonces la ví,
estaba tomando un café. Escuche entonces como los sueños de aquella
chica se resquebrajaban como un cristal y como la gente de su
alrededor olía a rencor.
Ella
me miro y sus pupilas se dilataron, se me paró el corazón al verla
en ese momento solo existía ella y el ruido de sus ilusiones.
-¿Sinestesia?
- preguntó
Asentí,
sentía miedo, como nunca lo había sentido, sentía inseguridad por
primera vez y mi don se mermaba cada vez que sus labios se movían.
Entonces
su voz pendía de un hilo y me susurro
-
Lo cierto es que yo también tengo esa "cualidad" desde
niña, y ahora escucho comos tus sentimientos crecen y puedo ver como
tus sentimientos se paran.- En un susurro aun menor me confesó- Tus
ojos saben a miedos y huelen dudas infinitas.
-
Lo tuyos saben a seguridad y a canela- pude decir antes de sus labios
me cortase la respiración.
Odiaba
los besos, pero en los suyos veía una sensación inigualable.
Pero
poder ver las mentiras, sentir el malestar, probar los desengaños,
nunca llega a ningún sitio.
Lo
único que recordaba de aquella noche era como ella hacia la maleta y
tomaba ese avión, que simplemente decía: Hasta nunca.
Desde
la ventanilla del avión podía escuchar sus lágrimas caer y ella
sin embargo escuchaba el ruido de los sueños y las ilusiones
romperse de nuevo.
Y
por eso desde esa noche la vida de los taciturnos se esconde entre
las dulces noche de insomnio y la sinestesia de los sueños rotos.